Se trata de una estrategia de aprendizaje que consiste en pequeñas “porciones” de conocimiento, presentadas…
Pablo Jiménez Cores.Técnico de Programas de Formación
Mientras el aprendizaje tradicional está fundamentado en una transmisión lineal de información, del educador hacia el educando, el nuevo paradigma establece una concepción del aprendizaje sistémica en la que como piedra angular se parte de que el auténtico aprendizaje, aquel que se ancla en nuestra memoria y que altera nuestras aptitudes y actitudes, es el que no separa el lado intelectual/racional del creativo/emocional.
En palabras del experto en neurociencia, Néstor Braidot, «tanto el aspecto creativo y generador del pensamiento como el aspecto lógico y analítico proceden, en parte, de la experiencia emocional. Los empeños de máximo nivel intelectual combinan el pensamiento creativo y el analítico y constituyen el producto de nuestro saber acumulado y nuestro nivel de comprensión, basado en nuestra capacidad para realizar abstracciones a partir de la experiencia emocional vivida», de forma que «si la información se codifica también en función de características afectivas y sensoriales, será mucho más fácil recuperarla y extrapolarla de una situación a otra»[1].
De este modo, la formación que parte del nuevo paradigma no debe sustentarse sobre la simple acumulación de datos y de la triste concepción, todavía muy presente, de que “la letra con sangre entra”.
Así, si queremos que el aprendizaje sea una realidad, y que implique un cambio actitudinal en los asistentes, es fundamental que desarrollemos en los colaboradores la capacidad de “aprender a aprender” y, una vez hecho esto, motivarles para el aprendizaje. Un objetivo que sólo es posible alcanzar si el trabajador es consciente de la utilidad de la formación y, por tanto, de su propia incompetencia y su necesidad de meterse en la zona de exigencia, huyendo de la zona de confort.
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Lo que no parta de esta premisa está destinado al fracaso.
La empresa debe buscar en la formación dos objetivos fundamentales: por un lado, el incremento de las competencias —técnicas o socioemocionales— del colaborador y, por otro, el bienestar emocional del grupo y del formado, lo que es fruto del fortalecimiento de la autoestima y la motivación que conlleva el aprendizaje.
Para alcanzar estas metas la base sobre la que hemos de partir es la del neuroaprendizaje, el cual se centra en «la enorme capacidad del cerebro para percibir, incorporar y agrupar gran cantidad de información en patrones neuronales y relacionarla, sorteando las restricciones del procesamiento secuencial (que caracteriza al pensamiento consciente) y aprovechando los recursos potenciales de nuestra mente completa sin las barreras que imponen la lógica lineal, el tiempo y el espacio»[2].
Para ello, por mera lógica, la empresa debe desaprender y dejar de lado su visión tradicional para adentrarse en un mundo donde la creatividad, los intereses y los factores emotivos del colaborador sean tenidos en cuenta, lo que implicará, una vez hecho, no sólo que el aprendizaje se dé con mayor intensidad sino que su permanencia y traslado al puesto de trabajo se incremente de forma sustancial.